domingo, 9 de mayo de 2010

Siempre he seguido mis impulsos sentimentales, hedonísticos: De eso no hay duda. Hasta mi misoginia (1930- 1934) era un principio voluptuososo: no quería fastidios y me complacía con la actitud. Cuán invertebrada era esa actitud, se ha visto después. Y también en la cuestión del trabajo, ¿he sido nunca otra cosa que un hedonista? Me complacía en el trabajo febril a golpes, bajo el estro de la ambición, pero tenía miedo, miedo de atarme. Nunca he trabajado de verdad y en realidad, no sé ningún oficio. Y también se ve claro otro fallo. No he sido nunca el simple inconsciente que se da sus satisfacciones y se lo toma a broma.  Soy demasiado vil para esto. Siempre me he halagado con la ilusión de sentir la vida moral, y he pasado momentos deliciosos -es la palabra justa- planteándome casos de conciencia sin propósito de resolverlos en la acción. Si no quiero descubrir la complaciencia que en otro tiempo sentía en el envilecimiento moral con propósito estético, esperando de él una carrera de genio. Y este tiempo no lo he superado todavía.
[...]

Es sumamente voluptuoso abandonarse a la sinceridad, anularse en algo absoluto, ignorar cualquier otra cosa; pero, precisamente porque es voluptuoso hay que dejarlo. Si algo debería estar ya claro para mí, es esto: todas las palizas que me he llevado han sido por culpa de mi abandono voluptuoso a lo absoluto, a lo ignoto, a lo inconsciente. No he comprendido todavía qué es lo trágico de la existencia, no me he convencido todavía. Y sin embargo está muy claro: hay que vencer el abandono a lo voluptuoso, dejar de considerar los estados de ánimo como fines en sí mismos.
Para un poeta, es difícil. O también muy fácil. Un poeta se complace en hundirse en un estado de ánimo y lo disfruta - ésta es la huida de lo trágico. Pero un poeta no debería olvidar nunca que un estado de ánimo todavía no es nada para él, que lo que cuenta para él es la poesía futura. Este esfuerzo de frialdad utilitaria es su tragedia.


El oficio de vivir. Cesare Pavese

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