jueves, 4 de marzo de 2010

Witold Gombrowicz. Diario

Yo, sin embargo, estoy cada vez menos dispuesto a dividir mi sensibilidad en compartimentos y no quiero cerrar los ojos a los absurdos que acompañan al arte sin pertenecer a él. Exijo del arte no solamente que sea bueno como arte, sino también que esté bien unido a la vida. No tengo ganas de tolerar sus templos demasiado ridículos, ni oraciones... demasiado ridiculizantes. Si éstas son las obras maestras que han de llenarnos de tanta admiración, ¿por qué entonces nuestro sentimiento resulta temeroso, inseguro y anda a tientas? Antes de caer de rodillas ante una obra maestra nos ponemos a pensar si en realidad se trata de una obra maestra, nos preguntamos tímidamente si debería deslumbrarnos, nos informamos minuciosamente acerca de si nos está permitido experimentar esos placeres celestiales, y sólo entonces nos abandonamos al éxtasis. ¿Cómo relacionar el supuestamente fulgurante poder del arte, tan irresistible, espontáneo y evidente, con la inseguridad de nuestra reacción?

Publicado por S.

1 comentario:

  1. Un cuadro de museo es, posiblemente, el que tiene que escuchar más tonterías en todo el mundo.

    Edmond y Jules de Goncourt

    ResponderEliminar